A sus 18 años, Logan había conseguido su primer empleo como vendedor. Debía viajar por las zonas rurales vendiendo sus productos, para lo cual la empresa le había prestado un coche y un elegante traje.
Le estaba resultando dificil conseguir vender lo que le exigían, pues era un chico tímido, y los clientes no confiaban en él al verle demasiado jóven e inseguro.
Un día se perdió en una zona de montaña, y tuvo que parar para consultar el mapa. De pronto, un hombre desnudo apareció frente a él. Logan se giró, evitando mirarle.
- ¿P... por qué está desnudo? ¿Necesita ayuda? - preguntó.
El hombre desnudo le apuntó con un arma que ocultaba tras su espalda.
- ¿Que por qué estoy desnudo? Eso es lo que te preguntarán a ti dentro de un rato. ¡Vamos, desnúdate!
Logan comenzó a temblar.
- Lo... lo siento... yo...
- Has dicho que si necesito ayuda, ¿no? Pues necesito tu ropa. Toda. Así que desnúdate antes de que me enfade.
Sonrojado, Logan fue quitándose prendas y lanzándolas junto al ladrón.
Cuando sólo le quedaba una prenda, miró al ladrón, suplicándole con la mirada que al menos le dejase su ropa interior.
- ¡Venga chaval! Los calzoncillos fuera también. Necesito toda tu ropa.
Logan, muy avergonzado, quedó desnudo frente al ladrón y le lanzó sus calzoncillos. El ladrón se vistió con la ropa de Logan, buscó en los bolsillos de su pantalón y sacó unas llaves.
- Gracias por el traje. Ah, me llevo tu coche también. ¡Buena suerte volviendo a casa desnudo!
- ¡Espere! ¡No me deje aquí desnudo en medio de la nada, por favor! - suplicó Logan.
El ladrón le miró y soltó una carcajada. Después se fue en el coche que la empresa había prestado a Logan.
El tímido joven pensó en volver a casa caminando, intentando que nadie le viese. Pero estaba demasiado lejos. No le quedaba más remedio que mostrarse en la carretera cercana más transitada, para pedir ayuda.
Y allí estaba Logan, un chico vergonzoso al que casi nadie había visto desnudo antes, con el culo al aire frente al tráfico, siendo visto por cientos de personas que pasaban.
Pero ningún coche paraba para ayudarle. Todos pasaban de largo, creyendo que era un exhibicionista, o le gritaban y silbaban. Pasaron varios minutos así, tal vez horas, hasta que llegó la guardia civil para arrestarle.
Burlándose de él, los agentes le metieron en su coche. Seguía desnudo, y así continuó al llegar al cuartel y prestar declaración. Le iba a costar mucho convencerles de que no era un exhibicionista.
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