Minutos después, Alberto salió del baño llevando sólo una toalla. Se sorprendió al vernos, parecía muy avergonzado.
- ¿Ya... ya habéis llegado? ¿Cómo habéis entrado? - preguntó.
- Yo les he abierto - dijo su compañero de piso. - ¿Qué pasa, te da vergüenza?
- ¿Qué...? no... - dijo, sin sonar muy convincente.
- ¿No? ¡Pero si te estás poniendo rojo como un tomate!
- Yo... es solo que no esperaba...
- Bueno, pues si no te da vergüenza, ¿por qué no te quitas la toalla delante de todos?
- ¡No! Voy... voy a vestirme a mi habitación...
- ¡No tan rápido!
Su compañero de piso agarró la toalla para quitársela. Alberto salió corriendo, entró en la cocina y todos le seguimos. Allí no podía escapar.
- ¡No, por favor, no lo hagas! - gritaba, suplicando con la mirada, mientras su compañero de piso se acercaba a él lentamente con un sonrisa maliciosa.
Alberto, sabiendo que su humillación era inevitable, nos dio la espalda. Supongo que intentaba que al menos no le vieramos el pito, para salvar un poco de su dignidad.
Su compañero de piso levantó la toalla y pudimos verle el culito.
Finalmente, dió un tirón, le quitó la toalla y la lanzó hacia nosotros. Alberto quedó completamente desnudo y avergonzado.
Nos reímos a carcajadas. Él no quería moverse, ¡pero por supuesto no le íbamos a dejar en paz hasta haber visto todo! Le hicimos girarse y levantar los brazos para no cubrir su colita con las manos. ¡Fue tan divertido y excitante!
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